Ariane, de Billy Wilder (1957)
A veces uno tiene suerte en el cine. De vez en cuando encuentras una película que por las razones que fuera tenías pendiente de ver. No es fácil que ocurra con una película de Billy Wilder. Tampoco que sea de Audrey Hepburn. La pasada navidad me ocurrió con "La calumnia". Ahora me pasa con Ariane.
Tres años después de "Sabrina", Billy Wilder vuelve con Audrey Hepburn. Es asombroso el porcentaje de películas increibles de Billy Wilder, y no deja de ser asombroso también el porcentaje de las de Audrey Hepburn, que ilumina la cámara con cada mirada que realiza. La película tiene una atmósfera de comedia, con un toque que algunos dicen herederos de Lubitsch. Pero también, me parece a mí, hay momentos de visión amarga. Esa acidez que irá creciendo en la década siguiente en el cine de Billy Wilder.
Además de unos secundarios extraordinarios, y unos trucos de guión para estudiar en las escuelas de cine, y muy propios de Billy Wilder, el contrapunto lo pone el cine personificado: Gary Cooper. La masculinidad de Cooper como galante de nuevo rico norteamericano de petróleos y grandes construcciones, y la dulzura de Hepburn, con un toque de Ribiera norte del Sena, que tiene un claro punto en común con Sabrina. Bogart era el cine de los últimos veinte años, el cine negro y bélico, más o menos como Cooper, que era el Western. Hepburn era la nueva elegancia desde los años 50. Una mujer alejada de la mujer fatal. La película no refleja un París en época de reconstrucción, sino un París para soñar historias de amor. Lejos quedaba ya la guerra. Wilder vuelve como heredero de una comedia previa, más de los años 30. Con distancia pero con sensibilidad.
En definitiva, película para almas que amen la comedia romántica de épocas más elegantes y sofisticadas que las de nuestros días. Una joya.